En realidad esta foto de Sheila Rock se titula “la reunión” pero desde que la vi la primera vez, y sin saber su título original, a mí siempre me ha parecido una despedida, “la despedida”, esa que remueve sentimientos internos que no sabías que tu alma contemplaba.
Es curioso que dicha foto lleve colgada en mi casa desde que tenía unos 15 años, y que aún hoy día me acompaña allí a donde me he trasladado, más importante aún, sigue provocando en mi los mismos sentimientos encontrados que tuve con su título la primera vez que la miré. ¡Cuántas veces he pensado escribir sobre ella en todos estos años pasados!, y por fin, aquí me encuentro para hacerlo, no sin un dolor interno que extrañamente se mezcla con una alegría del alma, que hará que ambos sentimientos perduren unidos en el tiempo de manera incomprensible.
Siempre he sido un poco intimista con mis sentimientos, y nunca me ha gustado contar demasiado de cómo me encuentro ni de cómo está mi vida, pero visto que tengo una carta pendiente de escribir que no van a poder leer por otro medio, quizá merezca la pena expresar algunas cosas que en un futuro, seguramente nada inmediato, puedan servir para curar el espíritu.
Describir que en el caso de ella, veo aceptación, esa es la clave, pasando por una inmensa tristeza, no sin el contrapunto de una felicidad interior que quizá sólo ella entiende, es comprensiva, entiende la situación y la acepta con la tranquilidad que el alma le permite, eso sí, sin poder evitar demostrar el cariño que irradia, y con enorme dulzura hacia él.
En el caso de él veo algo de desesperación, de dudas e incertidumbres, de preguntar por qué se va si quiere quedarse, de pensamientos encontrados, que valga la redundancia no encuentran una fácil solución a pesar de las comprensiones y el apoyo, se avecina dolor sin poder evitarlo.
Ambos se entienden, quizá sientan lo mismo aunque de diferente manera, y con expresiones o actitudes diversas, pero sus corazones de algún modo se unieron en un momento determinado, un momento que fue clave para ambos espíritus, eso sí, quizá el momento más equivocado e inoportuno de todos los posibles.
A veces me viene a la imaginación que él se pone de pie, inquieto, nervioso, mientras ella sigue sentada e intenta mantener una tranquilidad que tampoco tiene, sabiendo que algo importante le pasa por la mente.
Continúan la conversación en esa misma posición que parece inalterable, sin moverse, ambos con actitud pasiva, pero nerviosos, mirándose, observándose sin poder remediarlo, sin saber cómo avanzar ese pequeño instante que parece largo en el tiempo, sin saber cómo empezar algo, sin saber cómo despedirse, quien lo sabe… quizá un poco de todo ello.
De repente ella impulsiva pregunta que le sucede, mientras él reacciona cogiendo su bolsa de papel y ella incómoda le vuelve a hacer otra pregunta: “¿estás bien? parece que no quieres irte…” y él sin pensarlo responde: “es que no quiero”… la desazón es mutua, lo saben, lo sienten de la misma manera, parecen una misma persona, a él le asusta la intuición de ella en muchas ocasiones. Quizá la pregunta fue incómoda, si ella hubiera pensado un poquito no la hubiera hecho, pero si hubiera pensado no sería ella misma, y del mismo modo, él responde con la naturalidad de necesitar hacerlo, necesitaba que se la hicieran…
Sin dejar pasar más que unos simples segundos, ella se acerca a darle un abrazo de amigos para compensar el segundo de incomodidad, también porque se quieren, quizá con la inocencia de creer que ahí se quedará todo, como ha pasado en ocasiones anteriores, pero ese abrazo y eso beso lleno de ternura que indica la resignación por la situación, se vuelve en un natural y deseado pico por parte de él que no se podía evitar de ninguna de las maneras. Ella le devuelve un beso en la comisura y otro suave en el cuello mientras se dan ese eterno abrazo del que seguramente no se quieren soltar, desearían quedarse así por siempre.
Se miran de frente, se miran profundo, con los ojos bien abiertos, desde muy cerca, sin soltarse y apretando más sus cuerpos, quizá para sentir la respiración del otro, sin soltar las manos de las respectivas espaldas por miedo a perderse algo, deseando quedarse pegados y que ese instante no se acabe nunca.
Necesitan irremediablemente esa cercanía tan deseada, esa comprobación de sentimientos encontrados y reales que tienen en sus almas, quizá entendiendo el más allá que no se cuenta, pero sin saber cómo asumir los sentimientos que llegan a parecer irreales, notan sus respiraciones a la par, sin desear soltarse ni un instante, comprendiendo el sentimiento del otro sin hablar, mejor que el suyo mismo, acercando los deseos de ambos sin quererlo, sin siquiera poder decirlo, sobran las palabras.
Les gustaría quedarse en ese instante para siempre, con sus ojos abiertos, posados en los del otro, como sus manos, posadas en la piel del contrario por debajo de la camisa, a la altura de la espalda, esa espalda que llegando al inicio de los cachetes tantos sentimientos intensos ha provocado en otras ocasiones y que se han quedado guardados en cada cual, de manera individual, pero también conjunta. El silencio debería llevarlos a la cordura, en cambio un solo segundo los traslada a la locura de la pretensión reprimida, que porta de la imaginación y el deseo a la más pura realidad, de algo que estaba en el ambiente siempre que se veían y siempre evitaban, quizá por respeto al otro, quizá por miedo a tener que convertirlo en un tabú sin realmente serlo, en otras ocasiones las circunstancias mandaban, pero en esta ocasión, quizá porque sería la última ocasión, lo que imperaba era lo que el alma dictaba sin remedio, la mente y el deseo, dejando las circunstancias en el fondo de un viejo baúl inexistente.
El tiene una mirada potente, con una fuerza que contrarresta el delicado y dulce quehacer de sus manos, que repasan con una suavidad pasmosa cada cm de la piel en la que posan. Como siempre me sale del alma el título de una conocida canción, «Maldita Dulzura» de Vetusta Morla, y yo añado… maldita dulzura la tuya!!!!, y se suceden los miles de besos que han ido escondiendo, con pausa, con pasmosa tranquilidad, disfrutando seguramente de cada milímetro de piel, sin prisa por adelantar los acontecimientos, quizá podrían pasarse horas así si el tiempo se lo permitiera, en el fondo, ambos son felices, y les gusta hacer feliz al otro, sin pensarlo, sin analizarlo, existe felicidad mutua cuando hablan, cuando están juntos, cuando recuerdan al otro…
Dicen las malas lenguas, que el más difícil no es el primer beso, sino el último… y quizá por eso buscan un beso algo más que eterno, no necesitan sexo, aunque saben que lo habrá, porque sólo desean sentirse cerca, notar la piel y la respiración del otro para no olvidar nunca esa sensación de estar en el cielo que seguramente se encuentra una vez en la vida, o dos, o quizá ninguna. Ellos disfrutan de su suerte sabiendo que todo segundo es importante para no olvidar, quizá nunca jamás, esa sensación de paz acomodada que sienten estando juntos, y que no saben si podrá volver a existir otra posibilidad de recuperar el mismo momento, intuyen que será seguramente imposible, y se palpa cierta desazón oculta en sus espíritus aunque sea una delicia estar sintiéndose desnudos en un abrazo, ese abrazo que en ningún momento se aparta de sus sensaciones.
Cuando el momento se rompa, él ya no podrá pasar el encanto de las horas perdido en su espalda, será un simple e increíble recuerdo que irá en sus almas, pero allá en el paraíso de la imaginación se sentirán tan cerca que posiblemente sean capaces de susurrarse al oído en la distancia.
Ella, cuando él ya no esté a su lado, buscará el lugar donde se vieron por primera vez, y recordará con melancolía aquella grata sorpresa que se llevó en el primer segundo de verse. Y como alguien muy querido le dijo una vez, siempre le llevara en su interior y jamás podrá recordarle, porque ni un instante le olvidó.
El ambiente conserva un olor a lilas azules y una pequeña luz de gas les anima a irse acompañados, en una soledad que se torna eterna, la neblina del viaje aumenta, poco a poco todo comienza a parecer un sueño… sus rostros se van difuminando, y el destino se va ocultando en el fondo, como si de momento no tuviera más palabras que decir en ese presente inmediato, quien sabe si el futuro comentará algo más adelante.
Una caja llena de besos, caricias y sensaciones acaba de salir en busca de él, ojalá la reciba con el cariño que se merece esa cursilería y que tanto le suele gustar al caballero. El baño está preparado para disfrutar del paquete en la más absoluta intimidad y soledad acompañada, no se puede perder una sola lágrima en esos dulces ojos verdes que tan profundo expresan de manera eterna.